Frecuentemente se piensa en el divorcio como un proceso legal
complicado y engorroso porque hay que contratar un abogado y acudir al juzgado,
en el que se privilegia el enfrentamiento legal en los tribunales, generalmente
con costos enormes en todos los aspectos: económicos, emocionales, legales, y
muy rara vez se aprovecha la sinergia previamente existente entre la pareja
para encontrar una salida negociada.
Y es que por el manejo equivocado de los conflictos las
personas involucradas en un divorcio, están más animadas a la pelea, la
revancha, la venganza, a hacer daño al cónyuge sin importar los hijos y la
propia salud. Vemos en un proceso de ese tipo la oportunidad de desquitarnos de
todo aquello que consideramos una ofensa, para ponernos a mano, o dar el
“último y mejor golpe, porque de mí nadie se burla”, y olvidamos que con esa
persona con la que ahora no podemos vernos ni en pintura, vivimos momentos
agradables, hicimos planes, tuvimos hijos.
Esa situación previa parece borrarse por completo de nuestras
mentes y de hecho nos condicionamos imaginando que todo lo que hace o dice la
otra persona no es sino parte de un plan malévolo para hacernos aún más daño.
Pero no es así. El diálogo y la convivencia sobre las bases
del reconocimiento propio son fundamentales para entablar una negociación
exitosa. Durante el diálogo se identifican las emociones que hacen las veces de
máscaras que disfrazan el verdadero conflicto y que por ello nos impide llegar
a un buen acuerdo.
Debemos recordar que el mal manejo de las emociones bloquea
los verdaderos intereses que tenemos cada uno de nosotros. Es decir, a veces en
el reproche de no permitir las visitas al padre o madre que no tiene la
custodia “porque invitas a tus amigos a beber a la casa”, se esconde la legítima
preocupación por el bienestar de los hijos, solo que erróneamente expresada.
No hablar y no escuchar son síntomas de un atascamiento
inducido por un conflicto que se trata de resolver por la fuerza. Esta
violencia dificulta la comunicación pues cada parte cree tener la razón y está
convencida de que la otra está equivocada y por lo tanto es la que debe
cambiar.
La única manera de manera de desatascar el conflicto es que
las partes comiencen a hablarse y a escucharse, para encontrar un camino y avanzar
juntos hacia una resolución.
Redescubrir en la expareja a la persona con la que se casó,
encontrar los objetivos comunes que tienen como divorciados e incluso conversar
como amigos, son herramientas que sirven para hallar ese camino para la
resolución del conflicto.
Esta es precisamente una de las tareas del Mediador: ayudar a
los mediados a identificar sus propios intereses, entremezclados con el sin fin
de emociones que siempre revolotean en estos casos, y llegar a los acuerdos que
sean beneficiosos no solamente para los hijos, sino para los padres
divorciados, y a veces, para las familias de estos como los tíos y abuelos de
los niños, quienes sin duda también resienten los efectos del divorcio y la
nueva vida que comienza.